"Vivir sin filosofar es, propiamente, tener los ojos cerrados, sin tratar de abrirlos jamás." René Descartes.

domingo, 15 de junio de 2014

Crónica de una tormenta.

Cuando la luz del sol choca contra una tormenta, se puede ver en el cielo ese color frío, entre gris y marrón, de una uniformidad exasperante, que por alguna razón siempre me recuerda a la guerra. Se agolpan las nubes para tapar cualquier resquicio de azul y únicamente existe el gris. Se huele en el aire la hierba mojada y golpetean las efímeras gotas contra el cristal, dejando brochazos mojados en mi ventana, como si fuera la lluvia un artista a quien se le ha revolucionado el pincel. Comienzan a oírse los truenos en la lejanía del horizonte. Un horizonte que infestado de nubes grises, no se puede atisbar desde mi ventana.
De cuando en cuando, un trozo de azul rebelde asoma ante el telón de plomo que es el cielo y por un momento regresa la esperanza de paz a nuestros corazones. Allá va el viento sacudiendo con una fuerza inusitada las ramas de los árboles.

De repente, todo se detiene. En un momento de quietud frágil y que se me asemeja distante, dejo de oír el golpeteo de la lluvia contra el cristal. El mundo más allá de mi ventana ha quedado congelado. Entre las ramas de un abeto acierto a divisar la luz del último sol huyendo hacia otro amanecer. En alguna parte de este inmenso y vasto mundo, alguna otra chica de dieciséis años, en su otra casa y mirando a través de una ventana diferente, observará el mismo sol que ahora ante mis ojos se esconde, aparecer detrás de una montaña rumbo a un nuevo día.


La tormenta ha muerto y los azules rebeldes han ganado la batalla que libraban contra el invierno. Comienzan a romperse las nubes y a amainar el viento. Suspiro, y olvidando ese exasperante color gris que me recuerda a la guerra, vuelvo la mente y el corazón hacia mis apuntes de filosofía, que durante esta crónica de una tormenta, me han esperado, pacientes, encima de la mesa.