"Vivir sin filosofar es, propiamente, tener los ojos cerrados, sin tratar de abrirlos jamás." René Descartes.

lunes, 15 de julio de 2013

Melodías de tinta.

Los escritores sólo plasmamos en el papel lo que no somos capaces de decir con la voz. Sólo se puede conocer realmente a un escritor leyendo lo que escribe, adentrándose en sus pensamientos más profundos, apartando las cortinas de la retórica y descifrando entre líneas. El día que descubrí que podía jugar con las palabras, mi pluma se convirtió en mi mejor amiga y la melodía de mis historias en la banda sonora de todos los personajes a los que he dado vida. Lo que siente un escritor por sus personajes es lo mismo que siente un músico por una de sus canciones.

Los escritores y los músicos estamos todos malditos. El arte nos mata y nos da la vida. Así como las palabras tienen que tener cierta melodía para que sean agradables al oído, la música va acompañada de versos salidos directamente del espíritu y la mente de los músicos. La música es poesía, y la poesía no podría existir sin la música.



Este adiós no maquilla un hasta luego, este nunca no esconde un ojala, está ceniza no juega con fuego, este ciego no mira para atrás.”
Joaquín Sabina.

La música de un escritor es el crepitar de la leña al fuego, el rasgueo de la púa sobre las cuerdas de la guitarra o una voz cuyo timbre todavía suena en los recovecos del subconsciente. La imagen del otoño asomando por la esquina de un libro, el olor del papel que lleva años en la estantería o el repiqueteo de la lluvia de noviembre contra el cristal es la inspiración de cada día. Nuestro aliento. Las curvas imposibles de la clave de sol, la luz de las farolas cuando no nos vemos ni a nosotros mismos o la nube de vapor que se escapa de nuestros labios en las mañanas de frío.

Todo eso es música. Y todo eso es inspiración.


Paula D. 

domingo, 14 de julio de 2013

M. de Madrid. M. de memorias.

Madrid de noche es droga. De la buena, de la cara, de la que te fumarías una y otra vez. Es el retrato descarado de alguien que ha perdido la inocencia. Una inocencia que hace ya tiempo que ha abandonado esas calles que exhalan libertad, y que poseen todavía la magia que desprenden los sueños, el aroma de las promesas por cumplir. Las niñas de Salamanca caminan con sus tacones y sus vestidos hacia ninguna parte, pisoteando esas aceras desgastadas, reconstruidas una y otra vez a lo largo de los años. El sonido de sus zapatos es el reclamo de la noche. Conducía yo por aquel Madrid con las ventanillas del coche bajadas y el White Album de Los Beatles escapándose a todo volumen de la radio. Hacía un mes que el verano había llegado a la ciudad, y aún así el ambiente desprendía una brisa perfecta para el momento. Yo llevaba un par de copas de más y algún que otro recuerdo a medio quemar en la guantera del coche, cuando al pasar por un paso de cebra vi a un hombre que tenía trazas de pirata.

Mi mente viajó unos años atrás a un bar en Muxía, Galicia, en la costa de la muerte. Una casa blanca suspendida encima del puerto. Olor a sardinas, pimientos de padrón y albariño. Para mí, la esencia del verano. El camarero que nos atendía parecía sacado de una novela de aventuras ambientada en el siglo XVII. Llevaba la consabida calavera y el par de tibias tatuadas en el revés interno de la muñeca, yo diría que la izquierda, y manejaba unos brazos que yo acaricié con la mirada prudentemente escondida detrás de mi copa de vino. Nos tomó nota con la diligencia que se espera de un corsario y regresó detrás de la columna de humo que desprendían los numerosos platos a medio hacer de la cocina para acariciarle el trasero a la camarera, una estilizada rubia vestida con una sencilla camiseta blanca y unos vaqueros. La joven le devolvió el saludo con un beso de película antes de volver al pulpo, las xoubas y los calamares.


Después del flashback sigo conduciendo y me pregunto dónde estará ahora ese pirata retirado, si seguirá sirviendo mesas en aquel pueblo olvidado a un tiro de piedra de donde la tierra parece acabar para siempre y casi se puede palpar la eternidad del mar. O si seguirá saliendo con la camarera rubia, cuya melena parecía un mar de oro y haces de luz. Si le habrán salido ya canas en aquella melena rebelde que sujetaba con un pañuelo rojo. Me pregunté si habrá vuelto a navegar.

Paula D.