"Vivir sin filosofar es, propiamente, tener los ojos cerrados, sin tratar de abrirlos jamás." René Descartes.

lunes, 11 de marzo de 2013

Entre grises.


En estos últimos días en los que nuestras vidas se han convertido en un torbellino de apuntes, exámenes y medias, una de las pocas maneras de escapar ese mundo ha sido la de leer. El libro que me ha acompañado esta vez ha sido ‘Amantes y enemigos’ de Rosa Montero (para mi gusto, buenísima escritora, se la recomiendo a cualquier persona  a la que le guste leer). No es mi intención hacer una reseña del libro, pues este está compuesto por varios relatos cortos y la mayoría de ellos no guardan relación entre sí. Sin embargo hay algo acerca de algunas de esas historias que se repite. Un prototipo de personaje o una situación, mínimos detalles que al final han acabado por colarse en mi subconsciente y se han transformado en una reflexión, una duda que no deja de martillearme la cabeza.



Adultos. Adultos que viven solos, o en parejas. Adultos que se han abandonado a la rutina de sus vidas, que se han dejado caer por el agujero negro de la desidia y el conformismo. Adultos que ya no viven la vida como antes, y que guardan recelosos en un cajón de la memoria los recuerdos de los tiempos felices. Estos personajes, pintados por la autora de un gris enfermizo, han aceptado la tristeza y la quietud de sus vidas con una facilidad exasperante. Viven acunados por su rutina, se levantan, van al trabajo, comen, charlan con algún compañero, llegan a casa, discuten con sus parejas y se acuestan a oírse roncar mutuamente, esperando a que llegue el día siguiente y el ciclo vuelva a comenzar.

En las vidas de esos personajes ya no hay sitio para la rebeldía. El paso de los años les ha arrebatado la fuerza y la energía de la juventud, y se dedican a habitar en su orden impoluto, donde nada ni nadie puede alcanzarles. ¿Hasta dónde llega el conformismo del ser humano? ¿Por qué esas personas, esos habitantes de la mediocridad grisácea del mundo actual no rompen sus propios esquemas y echan a correr? ¿Qué tienen los maridos gordos y vagos que echan la tarde sentados en el sofá o las tiranas cincuentonas de carácter agrio con los que contrajeron matrimonio hace veinte años? ¿Qué es lo que no les deja escapar? ¿El miedo a tener que empezar de cero? ¿El miedo a tener que reinventarse?

¿Cómo, cuándo y sobre todo por qué dejan las personas de luchar por vivir plenamente?

Paula D.

viernes, 8 de marzo de 2013

Tortura, ni arte, ni cultura.


Antes de comenzar esta entrada quiero avisar de que mi opinión acerca del tema sobre el que voy a escribir ya está formada. Y aunque considero que el aprendizaje y la búsqueda de respuestas no debe terminar nunca, estoy completa y absolutamente en contra de los encierros y las corridas de toros, así como de cualquier forma de lo que yo considero tortura hacia los animales. Por tanto, esta no va a ser una entrada objetiva, sino de opinión.

Aún así, y a pesar de mi firme convencimiento de que esto no es ni arte ni cultura, sino tortura, también opino que es necesario conocer las dos caras de una misma moneda, así como creo en que las personas nos debemos a nuestro sentido crítico, y que por tanto, debo empezar esta entrada exponiendo los argumentos de los que defienden está “tradición.”

Aquí van algunos de ellos:

-    La tauromaquia es parte de la cultura española y tiene una tradición milenaria. Es uno de los pocos restantes de antiguas culturas orientales. Excomulgarla sería menospreciar esta componente tan especial de la cultura española. 
- Antes de la corrida, al toro bravo se le trata mucho mejor que a los toros de matanza de la bioindustria.
- La corrida de toros es una muestra del aprecio y respeto de la fuerza del animal.
- Los toros bravos solo son criados por su bravura durante la corrida. La abolición de los toros significa la pérdida de una especie de animales única.



Bien. Si yo tuviese delante al autor de estas palabras mi primera reacción sería la de coger aire, apretar la mandíbula y reprimir el impulso agresivo que seguro me sacudiría por dentro. ¿Por qué? Porque como hemos aprendido en filosofía este trimestre, vivimos en una sociedad civilizada y las cosas, señores, se resuelven mediante el diálogo y la palabra. Por tanto, dialoguemos.


 Respecto al primer argumento: de ninguna manera la tradición justifica comportamientos y acciones que en la sociedad de hoy en día, una sociedad en la que se respeta el medio ambiente y a sus especies animales, no tienen cabida. Era también tradición en el imperio romano arrojar a los presos a la plaza de los leones, y ahora mismo no vemos a los italianos aplaudiendo exultantes en sus plazas viendo como se sacrifican a personas. Y aquí es donde algunos de vosotros os lleváis las manos a la cabeza y decís: “Pero eso eran personas. ¡Lo nuestro son animales!”. Bien. ¿Qué hay del ejemplo de sacrificios religiosos con animales, en, por poner un ejemplo cercano a nosotros, el cristianismo? ¿Acaso los que vais a misa los domingos os encontráis al cura de turno cuchillo en mano dispuesto a manchar el altar de sangre? Segundo argumento (voy a hacer como que me creo que es cierto que tratan mejor al toro antes de las corridas): El hecho de que existan situaciones peores no justifica una situación en sí negativa. Este argumento es como defender que no debemos quejarnos acerca de la disminución de la calidad en nuestra enseñanza pública porque hay miles y miles de niños en el mundo que ni siquiera tienen oportunidad de ir a la escuela. Y esto mismo es aplicable a la sanidad. Tercer argumento: Bien. Llegados a este punto me encuentro con uno de los argumentos que más me ‘repatean’ (lo siento, pero la otra palabra para definirlo empieza por ‘j’ y no estaría bien ponerla en una redacción). ¿Cómo va a ser una tortura, una demostración de aprecio al torturado? ¿Me explican ustedes qué le importa al toro el hecho de poder luchar por su vida demostrando su honor, su valía, etc., etc.? Los que defienden la tauromaquia defienden que se puede torturar a los animales ya que estos no sufren igual que nosotros. ¿Y a su vez defienden que el toro tiene consciencia de los conceptos de ‘valor, honor, orgullo’? Así que, ¿No sufren, pero piensan? Muy lógico.

Cuarto argumento: Este es el último argumento de la selección que he hecho, y al que me resulta más complicado responder, aun así, sabemos que el toro existe y ha existido desde hace mucho tiempo, y que desde luego su ferocidad y bravura no la hemos creado los humanos. El toro, como todo animal en la naturaleza que haya sobrevivido siguiendo la lógica darwiniana, ha tenido que sobrevivir luchando contra otros animales para defender su territorio y asegurar la continuidad de la especie.

En conclusión, para mi todo esto es simplemente una degradación de los derechos de los animales, una tortura que desde luego no tiene sitio en nuestros tiempos, y que como muchas otras 'tradiciones', debería desintegrarse a favor del progreso y el respeto.

Paula D.

sábado, 2 de marzo de 2013

La economía de la conciencia.


La crisis alimenta los problemas de conciencia y aviva los trapicheos y tejemanejes de la economía sumergida, tan necesaria para algunos en estos tiempos.

Hace unos meses, todos nos llevábamos las manos a la cabeza al conocer la noticia de las defraudaciones a Hacienda por parte del ex - tesorero del Partido Popular, Luis Bárcenas, imputado en el caso Gürtel (2009) por fraude, cohecho y blanqueo de dinero. En enero de este año, la noticia saltaba a los periódicos y los medios de comunicación tras las publicaciones en El Mundo acerca de sobresueldos a partir de 5.000 euros cobrados por altos cargos del PP. También conocíamos la noticia de que nuestro querido Bárcenas tenía 30 millones de euros bien guardados en una cuenta en Suiza, con los cuales había abonado a Hacienda su regularización fiscal.



Ahora bien, no es mi intención hacer un análisis de un proceso judicial, ni de valorar la situación de corrupción de nuestro país. El dilema moral que quiero plantear nos lo esbozó nuestra profesora de economía hace unos días. De una manera u otra, muchos defraudamos a Hacienda cuando podemos. Quizá no de la manera en la que lo hacen algunos dirigentes políticos, sino en pequeñas cantidades. Como por ejemplo cuando necesitamos una reparación casera y el fontanero de turno, que vive de hacer estos pequeños encargos nos pregunta: ¿Con IVA o sin IVA? Y entonces nosotros, en nuestro egoísmo justificado, le respondemos que no. Que por qué vamos a pagarle un céntimo más a un Estado que nos está recortando hasta el aire que respiramos. O cuando nuestra tía trabaja en una editorial y vuelve a casa cargada de paquetes de folios, o de libros de texto.

Y es aquí donde viene la gran pregunta. Si todos nosotros, las clases bajas y medias, tuviésemos la oportunidad de defraudar a Hacienda a gran escala, ¿lo haríamos? “No.” es lo primero que se me viene a la cabeza. ¿Nosotros, que hemos sufrido los golpes más duros de esta crisis? ¿Nosotros, que estamos viendo como nuestra educación y sanidad públicas se desploman como un castillo de naipes? ¿Nosotros, que tenemos que ver cada día en las noticias como aparece un caso de corrupción tras otro?


Pero, ¿hasta dónde llegan el egoísmo y la honestidad del ser humano? “No hay nada más fuerte ni más débil en el animal ‘hombre’ que su amor propio, su egoísmo, su narcisismo.” O, si no pagamos nuestros impuestos y defraudamos a la primera oportunidad que se nos presenta, ¿tenemos derecho a salir a la calle a manifestarnos y exigir servicios públicos de calidad? Podría seguir tirando del hilo y sacar mil preguntas más, pero voy a quedarme en lo primero. ¿Egoísmo, codicia, ingratitud u honestidad, integridad y conciencia? Puede que las palabras que mejor suenen no sean las que mejor nos vengan.

Es inadmisible que a alguien que trabaja como cargo público se le pase por la cabeza el simple hecho de robar. Como le oí decir a un periodista una vez, “un bombero no puede ser pirómano.” Y esto es exactamente lo que nos está pasando. Que la excepción se convierte en regla, y al final lo pagamos todos.

Paula D.