"Vivir sin filosofar es, propiamente, tener los ojos cerrados, sin tratar de abrirlos jamás." René Descartes.

martes, 10 de septiembre de 2013

Arrogance.

La comencé a notar entonces, la altanería. Cuando me maquillaba, cuando elegía la ropa que iba a ponerme, cuando me calzaba los tacones. Empecé a caminar por la calle como si la ciudad fuese mía, como si el mundo estuviese hecho a mi medida. Como si no existiese nada más allá que la mirada fulgurante y candente, llena de osadía, que yo paseaba por Madrid todos los días. Dejaron de importarme los comentarios de la gente. No es que recibiera demasiados, nunca he dado mucho de qué hablar, pero los pocos que llegaban a mis oídos me resbalaban. Se me metieron en la cabeza al mismo tiempo el afán y el desprecio. Quería descubrir este mundo y a la vez miraba por encima del hombro a su gente. Se me empañaron los ojos de maldad, comencé a rezumar cinismo allá por donde iba, llené mis labios de comentarios desdeñosos y mi voz se convirtió en una cantinela que solo recitaba coplas cargadas de arrogancia.

Al mismo tiempo, creció la confianza en mi misma. Podía sentirla bajo mi piel, palpitando con orgullo, pugnando por salir a la superficie, ardiendo en deseos de asomar sus ojos insidiosos al mundo exterior. Así, si se oían mis tacones por la calle no intentaba minimizar el ruido como habría hecho antes, si no que pisaba con más fuerza aún las baldosas del suelo.

Les sostenía la mirada a los hombres. Dejaba que sus ojos se deslizaran por mis piernas, sentía como puñales sus pupilas clavadas en mi espalda. Fueron días de luz. Una luz estridente y que me cegaba, que me impedía ver más allá de mi propia realidad, aquella que sin yo saberlo se había instalado en mi mente.

Fueron días gloriosos. Tan sólo tuvieron una pega: que cuando me miraba al espejo, ya no me reconocía.

P. Ducay 









sábado, 7 de septiembre de 2013

J.

Mi mejor amigo. Mi mejor amigo de la infancia. Aquel al que perdí hace ya mucho tiempo y no he sido capaz de recuperar. Hoy me lo he cruzado por la calle y apunto he estado de no reconocerlo. Era de noche y yo volvía andando a casa, callejeando por un Sanse oscuro y difuso, alumbrado tan sólo por la luz de las farolas y los faros ocasionales de algún coche. Bajaba corriendo y de un salto y un chasquido de dedos me ha devuelto a la realidad. Le sonreí. A veces no me gusta la persona en la que se ha convertido. Otras veces reconozco en él al que fuera mi primer amigo cuando ambos comenzábamos nuestras andanzas en la escuela primaria. Pero no soy quien para juzgarle. Desaparecí de su vida hace ya muchos años. Dejé de verle crecer. Dejé de oír su voz en clase. Dejé de discutir si la mejor asignatura era lengua o matemáticas. Yo abogando por las letras, él siempre defendiendo a los números. Dejó de existir la confianza, esa que a ratos y sólo de vez en cuando vuelve a instalarse entre nosotros.

Su visión me recordó a otros años y a otra vida. A más amigos infantiles a los que perdí y tampoco he podido recuperar. A otros tantos a los que la vida me ha vuelto a poner delante y que hoy agradezco tener conmigo. A aquella clase que creíamos que nunca se separaría, que seguiría siendo fiel a los carnavales del C.P Príncipe Felipe, a sus castañadas, a sus fiestas de fin de curso. A Severino. ¿Hemos vuelto por allí? No. ¿Por qué? Porque traicionamos a la infancia al crecer. Nos traicionamos a nosotros mismos, a ese 'yo' infantil que vivía en un mundo tejido de sueños aún por cumplir.

A veces cuando paso por el colegio rozo con la punta de los dedos el muro grisáceo que lo separa del resto del mundo exterior y se me tiznan de blanco las manos y se me empaña la mente de recuerdos.

Si pudiera volver allí, a ese lugar inocente, sería tan sólo por un rato. Pasaría una tarde sentada en los mismos tres escalones de siempre, rodeada de aquel grupo de jóvenes, jovencísimas personas y regresaría de nuevo al presente, a este presente que nos tiene a las puertas de una edad adulta que, francamente, da un miedo de la hostia.

He de decirte, Javi, después del tufo sentimentalista que emanan los párrafos posteriores, que hacía mucho tiempo que no te veía tan feliz.

P. Ducay


Después del brevísimo encuentro con el pasado, subí la cuesta que lleva a mi casa mientras ponía en orden las ideas y lo primero que hice tras entrar en mi habitación fue coger el recién comprado cuaderno de filosofía y escribir esto, inaugurándolo.

Feliz próximo curso a todos y suerte.