"Vivir sin filosofar es, propiamente, tener los ojos cerrados, sin tratar de abrirlos jamás." René Descartes.

domingo, 14 de julio de 2013

M. de Madrid. M. de memorias.

Madrid de noche es droga. De la buena, de la cara, de la que te fumarías una y otra vez. Es el retrato descarado de alguien que ha perdido la inocencia. Una inocencia que hace ya tiempo que ha abandonado esas calles que exhalan libertad, y que poseen todavía la magia que desprenden los sueños, el aroma de las promesas por cumplir. Las niñas de Salamanca caminan con sus tacones y sus vestidos hacia ninguna parte, pisoteando esas aceras desgastadas, reconstruidas una y otra vez a lo largo de los años. El sonido de sus zapatos es el reclamo de la noche. Conducía yo por aquel Madrid con las ventanillas del coche bajadas y el White Album de Los Beatles escapándose a todo volumen de la radio. Hacía un mes que el verano había llegado a la ciudad, y aún así el ambiente desprendía una brisa perfecta para el momento. Yo llevaba un par de copas de más y algún que otro recuerdo a medio quemar en la guantera del coche, cuando al pasar por un paso de cebra vi a un hombre que tenía trazas de pirata.

Mi mente viajó unos años atrás a un bar en Muxía, Galicia, en la costa de la muerte. Una casa blanca suspendida encima del puerto. Olor a sardinas, pimientos de padrón y albariño. Para mí, la esencia del verano. El camarero que nos atendía parecía sacado de una novela de aventuras ambientada en el siglo XVII. Llevaba la consabida calavera y el par de tibias tatuadas en el revés interno de la muñeca, yo diría que la izquierda, y manejaba unos brazos que yo acaricié con la mirada prudentemente escondida detrás de mi copa de vino. Nos tomó nota con la diligencia que se espera de un corsario y regresó detrás de la columna de humo que desprendían los numerosos platos a medio hacer de la cocina para acariciarle el trasero a la camarera, una estilizada rubia vestida con una sencilla camiseta blanca y unos vaqueros. La joven le devolvió el saludo con un beso de película antes de volver al pulpo, las xoubas y los calamares.


Después del flashback sigo conduciendo y me pregunto dónde estará ahora ese pirata retirado, si seguirá sirviendo mesas en aquel pueblo olvidado a un tiro de piedra de donde la tierra parece acabar para siempre y casi se puede palpar la eternidad del mar. O si seguirá saliendo con la camarera rubia, cuya melena parecía un mar de oro y haces de luz. Si le habrán salido ya canas en aquella melena rebelde que sujetaba con un pañuelo rojo. Me pregunté si habrá vuelto a navegar.

Paula D. 

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