Lo bueno, o quizá malo, de tener que escribir un blog, es
que mientras nos pasamos las horas reflexionando o buscando temas sobre los que
filosofar, la vida continúa. Y nosotros, irremediablemente, tenemos que
movernos con ella, lo que desemboca en un remolino incesante de nuevas
experiencias, y por tanto, nuevos pensamientos. El tema de esta entrada no ha
salido de mi imaginación, ni he tenido que estrujarme los sesos para “sudar
filosofía”. El tópico de hoy me lo ha servido la vida en bandeja, como quién te
da una lección y te invita a pararte un momento a pensar.
Desde siempre las relaciones entre personas, sean de la
raza, país, religión o etnia que sea, han sido complicadas. La tarea de
conseguir mantener vínculos amigables, ligeros y sencillos con los seres de
nuestro entorno muchas veces resulta fatigante, ardua, y a veces incluso acaba
debilitando nuestra mente y nuestro espíritu. Por eso creo que llegados a este
punto de nuestras vidas donde caminamos sobre la delgada línea que separa la
adolescencia del mundo adulto, hay que saber hablar. Y con hablar, no me
refiero a ese parloteo incesante que muchas veces acuñamos y que nunca dice
nada. Me refiero a saber comunicarse con la gente. A saber explicar el por qué
de las cosas que nos molestan o nos hacen daño, esos pequeños óbices que acaban
por deshacer las relaciones. Saber comunicarse no hace daño, no engorda, es
sano y enriquece la mente. Y eso mismo es aplicable a pedir perdón y a enmendar
errores. Todo el mundo se equivoca, y la mayoría de la gente es capaz de
empezar de cero. A veces nos olvidamos de cómo pedalear, y hay que volver a
ponerle los ruedines a la bicicleta. Eso no nos hace más niños, ni peores
personas, todo lo contrario. Nos ayuda a saber que muchas veces, parar,
simplemente darse la vuelta y analizar el trazo de nuestras huellas, es la mejor
solución.
Los trenes se descarrilan constantemente, sobre todo cuando
somos demasiado jóvenes para convertirnos en maquinistas profesionales. Es
tiempo de aprender mucho, educarse otro tanto, y cultivarse un poco. Pero sobre
todo, es tiempo de cometer errores. Los suficientes como para aprender de
ellos, pero no tantos como para consumirnos bajo su peso.
Paula D.
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